Aceite esencial de rosa de Irán.

En el aire flota un aroma a rosas. Hans Supenkämper y Mahdi Maazolahi caminan entre los altos sauces que se recortan en el brillante cielo azul y el edificio de la destilería hacia el lugar donde madura el compost. Al fondo, las montañas de 4000 metros de altura todavía están cubiertas de nieve, pero los dos hombres, tan diferentes entre sí, ya empiezan a sentir el calor de este día de mayo. El agricultor Hans Supenkämper, un hombre alto y recio de mirada amable, asesora como empleado de WALA en Irán a los labradores en cuestiones de agricultura biodinámica. Hoy visita los campos del pueblo de montaña Mehdi Abad acompañado del asesor agrícola Mahdi Maazolahi, de la Zahra Rosewater Company, para examinar el compost que se preparó el otoño pasado.

 

 

Cáscaras de pistacho para compost.

Mahdi Maazolahi, un hombre pequeño de espeso pelo negro y cara redonda, nunca está quieto. Se desplaza ágilmente junto al corpulento alemán, que lleva atado con un cordón su inconfundible sombrero marrón claro. Hans Supenkämper está satisfecho. Las cáscaras de pistacho se han descompuesto por completo; la tierra resultante es de grano fino, ni demasiado seca ni demasiado húmeda y con un olor agradable. Con cuidado vuelve a cubrir el montón de compost con la lona para evitar una evaporación excesiva en esta desértica región. Parece un milagro, pero una profusión de rosas prospera en un paisaje caracterizado por la falta de agua. Apenas hay árboles, tan solo unas pocas zonas de verde ralo cubren el suelo de esta solitaria región de montaña. Un silencio cerrado rodea a las mujeres que recogen calladas las flores frescas de rosa de Damasco en el campo contiguo. Llevan bolsas colgadas de las caderas donde van echando las flores. Cuando las bolsas se llenan, las vacían en sacos más grandes que luego llevan los hombres a la destilería. Con sus coloridos vestidos y pañuelos en la cabeza destacan entre los rosales en flor.

Las tierras de Mehdi Abad son campos para ensayos de la Zahra Rosewater Company que la empresa iraní trabaja siguiendo métodos biodinámicos con ayuda de WALA. Zahra obtiene la mayor parte de su aceite esencial de rosa y agua de rosas del valle de Lalehzar, situado en el centro de Irán, a unos 2200 metros de altitud. Al fundador de Zahra Rosewater, Homayoun Sanati, de 83 años, le gusta contar cómo les sorprendió a él y a su esposa el intenso sabor de la menta una vez que fueron a comer allí, en el valle de Lalehzar. Pronto les sedujo la idea de cultivar rosas en el terreno heredado de su padre, Abdul-Hossein Sanati. Actualmente, 1500 agricultores colaboran con la Zahra Rosewater Company, de la que el 50 por ciento es propiedad de la fundación Sanati, una institución fundada por el abuelo de Homayoun Sanati.

 

Tras la pista del secreto de Europa.

Haj Ali Akbar Sanati (1858-1938), un comerciante ávido de saber natural de Kermán, una ciudad del desierto iraní, buscaba respuesta a la pregunta de a qué debía Europa su éxito. En torno al año 1901 partió a pie para encontrar dicha respuesta. Su propósito le condujo a través de la India y el Imperio Otomano hasta Viena. Pasó diez años recorriendo distintos países hasta que volvió a Kermán vía Rusia y Asia Central. Con él llevaba el secreto que había estado buscando: la clave estaba en la educación y la industria. Y así es cómo fundó en su ciudad natal Kermán, hasta entonces un apacible lugar, una industria textil y un orfanato que daba a los niños no solo cobijo, sino también educación e instrucción, incluida la instrucción en el trabajo industrial. Se puso como segundo nombre Sanati, que en el idioma persa farsi significa «industrial». En aquella época, en Irán la gente no tenía apellido. Pero muchos de los huérfanos tomaron voluntariamente el nombre de Sanati. A comienzos de la década de 1960, el padre de Homayoun Sanati abrió adicionalmente en el solar del orfanato un museo de arte moderno y una biblioteca, que han seguido en pie hasta hoy.

 

 

Los niños son nuestro futuro.

«Debemos enseñar a los niños a pensar, en lugar de memorizar mecánicamente como se hace en las escuelas públicas». Los ojos de Homayoun Sanati se iluminan cuando habla de su último proyecto. En 1974, tras la muerte de su padre, asumió la dirección del orfanato entre otras funciones. Ahora, desde que en 2006 dejó en manos del profesor de química Ali Mostafavi la gerencia de Zahra Rosewater, puede dedicar más tiempo a los orfanatos de la fundación Sanati. Además del orfanato para niños en Kermán, hay otro para niñas en la ciudad de Bam, sacudida por un fuerte terremoto que causó graves daños; en Kermán también hay una guardería para niños discapacitados, así como un hogar para niñas con problemas de desarrollo intelectual, que a menudo son víctimas de violencia o abusos en la familia. En total, las instalaciones de la fundación ofrecen un hogar y protección a 200 niños. Para Homayoun Sanati, los niños son el futuro de Irán. «Debemos formar a las madres», afirma con determinación. Porque ellas son las que transmitirán a los niños los valores éticos y la conducta social que les acompañarán en su camino de la vida.

 

Los meses de las rosas.

En los meses de mayo y junio, la actividad en torno a la destilería de Lalehzar es tan intensa como la de una colmena. En motos, burros, camiones, tractores o a pie, los campesinos acuden presurosos a entregar las rosas recién recogidas. A la entrada del almacén, donde las rosas esparcidas impregnan el aire con su aroma, se sienta un trabajador de la destilería junto a una gran báscula. Pesa cada saco lleno de rosas, anota el peso en un cuaderno de contabilidad y entrega un recibo al agricultor para que cobre directamente el importe. «Pagamos un buen precio y queremos que los agricultores lo sepan», dice Ali Mostafavi, gerente de Zahra Rosewater. A finales de año, Zahra también paga un plus a sus agricultores contratados si el volumen de negocio ha sido suficientemente alto. «Naturalmente, también debemos invertir en el negocio», explica Mostafavi. Por ejemplo, se tiene que comprar una nueva línea de embotellado para los aproximadamente 20 destilados vegetales —desde agua de menta, pasando por agua de sauce, hasta agua de cuarenta hierbas— que Zahra produce además de los aceites esenciales, las sales de hierbas y las infusiones. Con esta amplia gama de productos, Zahra puede seguir usando la destilería en los meses siguientes a la breve temporada de rosas.

 

Aceite de rosas y agua de rosas.

Todo sucede muy rápido en la sala de entrega de las rosas. Al fondo, unos empleados reciben los sacos y los vacían sobre el suelo limpio de la sala. No se debe dejar que aumente la temperatura de las rosas para que no pierdan demasiada cantidad del preciado aceite esencial. Por eso la recolección empieza por la mañana temprano y todos los habitantes del valle de Lalehzar que no sean ancianos o estén enfermos participan en ella. Continuamente, los trabajadores de la destilería airean las rosas moviéndolas con palas para mantenerlas frescas. Cuando los alambiques de la nave contigua se quedan libres, rápidamente se llevan las flores, que se envuelven en lonas azules para subirlas a la caldera superior del aparato de destilación. Las calderas tienen capacidad para 500 kilogramos de rosas, que se cuecen durante tres horas con 500 litros de agua. Zahra Rosewater procesa más de 900 toneladas de rosas al año. El rendimiento de este trabajo son 900 toneladas de agua de rosas y aprox. 150 litros de aceite de flores de rosa, cuya calidad se examina constantemente en el laboratorio de análisis propio. «Nuestro objetivo es aumentar la producción a 1100 toneladas de rosas al año», afirma Ali Mostafav. El contrato de cooperación a largo plazo con WALA para la compra de más de un tercio del aceite de rosas producido, así como de rosas secas para, por ejemplo, el Aceite Corporal de Rosas Dr. Hauschka, le hace ser optimista. Los nuevos terrenos en Shiraz y Dharab contribuirán a este crecimiento. Mostafavi está contento por la buena relación comercial con WALA. En enero de 2008 visitó la empresa alemana para discutir la implantación de un estándar común de calidad, entre otros asuntos.

 

 

 

 

Educación y formación.

Los 1500 agricultores que trabajan para Zahra Rosewater son empresarios independientes. Mediante contratos firmados con Zahra, se comprometen a no usar fertilizantes químicos, ya que Zahra solicita la biocertificación de los campos a la British Soil Association. «Es un reto impedir que los agricultores traten las rosas con agentes químicos, ya que el Estado iraní subvenciona los fertilizantes químicos y, al principio, solo conocían estos medios», explica Mostafavi. Así pues, la educación y formación impartida, por ejemplo, por el agricultor biodinámico Hans Supenkämper de WALA, son pilares fundamentales para la colaboración con los agricultores. Por otra parte, además de esquejes de rosas, Zahra proporciona a los agricultores abonos naturales elaborados a partir de compost de forma gratuita. Si alguien incumple la prohibición de usar fertilizantes químicos, es excluido del contrato durante cuatro años. «Pero no dejamos abandonados a los agricultores», aclara Homayoun Sanati, que tiene la visión de convertir todo el valle de Lalehzar a agricultura biológica, desde las vacas lecheras hasta las rosas o las frutas y hortalizas. Si un agricultor utiliza fertilizantes químicos será denunciado, pero Zahra todavía le comprará las rosas (aunque a un precio inferior) y encargará su destilación en destilerías convencionales. Todo el que trabaje con Zahra es de la familia. Una publicación periódica para los agricultores de Lalehzar supervisada por Mahdi Maazolahi pretende reforzar esta cohesión. Publica novedades sobre las rosas, retrata a diferentes campesinos, informa sobre fiestas o noticias de los pueblos y dedica secciones especiales para las mujeres y los niños. En el marco de esta colaboración tan cercana, las familias necesitadas reciben un anticipo, a las personas mayores que ya no pueden trabajar se les da una especie de pensión y, en caso de conflictos, se proporciona asistencia jurídica. Zahra ha implantado el suministro de agua en los pueblos y da apoyo a las escuelas. Un centro de salud local creado por Zahra garantiza la atención sanitaria primaria. A quien necesite ir a un médico especialista en Kermán se le ayuda con el transporte. Cualquiera que desee casarse obtiene un crédito al bajísimo tipo de interés del cuatro por ciento en lugar del 14 por ciento que cobran los bancos iraníes. Zahra también posibilita a niños con altas capacidades ir a la escuela en Kermán con la esperanza de que regresen a sus pueblos con una formación sólida y trabajen allí. La idea está dando sus frutos: la tasa de paro en Lalehzar es la más baja de toda la región. Aquí apenas se produce el abandono del campo, que es tan frecuente en el resto Irán porque, debido a los intermediarios, la agricultura ya no es viable. Incluso el Ministerio de Agricultura iraní ve la empresa con benevolencia y ha ofrecido a Zahra créditos para continuar su expansión. Aunque no ha sido necesario porque Zahra es muy capaz de autofinanciarse e incluso puede donar parte de sus beneficios a los orfanatos de la fundación Sanati.

 

«Estamos sembrando trigo en campos de ensayo con y sin fertilizantes químicos para comparar luego tanto el rendimiento como los costes», cuenta Ali Mostafavi. Transmite los resultados a los agricultores, que pueden decidir por sí mismos si la agricultura ecológica es una opción rentable. Se quiere que los agricultores profundicen en el conocimiento de la agricultura biológica y la practiquen por convicción propia. Incluso aunque en el propio Irán aún no exista un mercado para los productos biológicos (con contadas excepciones en Teherán), Zahra Rosewater cree en su pacífica biorrevolución.

 

 

Aufklärung und Schulung

Die 1500 Bauern, die für Zahra Rosewater arbeiten, sind eigenständige Unternehmer. In Verträgen mit Zahra verpflichten sie sich, keine chemischen Düngemittel einzusetzen, weil Zahra die Felder durch die British Soil Association biozertifizieren lässt. „Die Bauern davon abzuhalten, die Rosen mit Chemie zu behandeln, ist eine Herausforderung“, sagt Mostafavi, „da der iranische Staat Chemiedünger subventioniert und die Bauern anfangs nur damit umzugehen wissen.“ Aufklärung und Schulung, zum Beispiel durch den biologisch-dynamisch arbeitenden Landwirt Hans Supenkämper von der WALA, sind deshalb wichtige Grundpfeiler der Zusammenarbeit mit den Bauern. Zudem stellt Zahra neben Rosenstecklingen den Bauern natürliche Düngemittel aus Kompost kostenlos zur Verfügung. Wer gegen das Verbot chemischer Dünger verstößt, fällt für vier Jahre aus dem Vertrag. „Wir lassen die Bauern dann aber nicht im Stich“, erzählt Homayoun Sanati, der die Vision hat, das komplette Lalehzar-Tal auf biologische Landwirtschaft umzustellen, von der Milchkuh über die Rosen bis zu Obst und Gemüse. Einen Bauern, der chemisch gedüngt hätte, würde man zwar anzeigen, die Rosen kaufe Zahra ihm aber dennoch ab, allerdings zu niedrigeren Preisen, und lasse sie in konventionellen Betrieben destillieren. Wer mit Zahra arbeitet, gehört eben zur Familie. Diesen Zusammenhalt will auch eine regelmäßig herauskommende Zeitung für die Bauern in Lalehzar unterstreichen, die Mahdi Maazolahi betreut. Sie berichtet über Neuigkeiten rund um die Rosen, porträtiert einzelne Bauern, erzählt von Festen oder Erneuerungen in den Dörfern, zudem sind spezielle Seiten für Frauen und für Kinder integriert. Zum Familiären der Zusammenarbeit gehört ebenso, Familien in Not einen Vorschuss zu gewähren, alten Menschen, die nicht mehr arbeiten können, eine Art Rente zu zahlen oder Rechtsbeistand bei Streitigkeiten zu leisten. Zahra hat die Wasserversorgung in den Dörfern aufgebaut und unterstützt die Schulen. Ein von Zahra eingerichtetes Gesundheitszentrum vor Ort gewährleistet die medizinische Grundversorgung. Wer zu einem Facharzt nach Kerman muss, bekommt die Fahrt dorthin organisiert. Wer heiraten will, bekommt einen Kredit zu dem sehr niedrigen Zinssatz von vier anstatt 14 Prozent, wie ihn iranische Banken nehmen. Besonders begabten Kindern ermöglicht Zahra, in Kerman zur Schule zu gehen. Ziel ist es, dass sie gut ausgebildet wieder zu ihren Dörfern zurückkommen und mitarbeiten. Das Konzept geht auf: Die Arbeitslosenquote in Lalehzar ist die niedrigste in der ganzen Region. Landflucht, wie sie im Iran weit verbreitet ist, weil sich Landwirtschaft wegen der Zwischenhändler kaum mehr finanziell lohnt, findet hier kaum statt. Sogar das iranische Landwirtschaftsministerium betrachtet das Unternehmen mit Wohlwollen und bot Zahra Kredite für den weiteren Aufbau an. Das war jedoch nicht nötig, Zahra kann sich gut auf sich gestellt finanzieren und kann einen Teil seiner Erträge sogar an die Waisenhäuser der Sanati-Stiftung abgeben.

 

„Auf Testfeldern bauen wir Weizen mit und ohne chemischen Dünger an und vergleichen sowohl den Ertrag als auch die Kosten“, sagt Ali Mostafavi. Die Ergebnisse gibt er an die Bauern weiter, die daraus für sich selber entscheiden können, ob biologischer Anbau rentabel ist. Die Bauern sollen ein Bewusstsein für den Bioanbau bekommen und sich aus Überzeugung dafür entscheiden. Auch wenn im Iran selber noch kein Markt für Bioprodukte vorhanden ist, höchsten ansatzweise in Teheran, glaubt Zahra Rosewater an ihre sanfte Bio-Revolution.

 

 

 

 

Los comienzos.

El arrullo de las palomas llena el patio interior del edificio de ladrillo color ocre que hizo construir el abuelo Sanati en Kermán. En la actualidad es la sede de la Zahra Rosewater Company y el domicilio de Homayoun Sanati. Sus muros mantienen alejado el bullicio de Kermán, hoy una ciudad de un millón de habitantes, y es un buen lugar para reflexionar sobre los orígenes de Zahra.

 

Cuando Homayoun Sanati y su esposa tomaron la decisión de cultivar rosas en Lalehzar, adquirieron esquejes de rosa de Damasco de la ciudad iraní de Kashan, con tradición en el cultivo de rosas, de la provincia de Isfahán. Los primeros intentos fueron abrumadores. Apenas un año y medio después, los tupidos rosales ya estaban produciendo flores con un contenido de aceite un 50 por ciento más alto que las rosas que crecían en Kashan. Esto llevó a los Sanatis a plantar un campo de rosas de 20 hectáreas, a pesar de las reservas de los agricultores de la región respecto a este nuevo cultivo. Entonces llegó la Revolución iraní. Cuando Jomeini tomó el poder, Homayoun Sanati fue arrestado. Se le acusaba de ser un agente de la CIA porque trabajaba para la editorial estadounidense Franklin. Pero en realidad su trabajo allí consistía en traducir y publicar libros de ficción y de texto del inglés al farsi, el idioma que se habla en Irán. Pero el mero hecho de que hubiera publicado 1500 libros se consideraba un crimen contra el islam, porque se decía que había subvertido su cultura al dar a conocer ideas estadounidenses. Después de ocho meses de prisión incomunicada en una húmeda celda sin luz, aún tuvo que pasar cinco años más en la cárcel. Fue liberado en 1983. Mientras tanto, su mujer se quedó sola cuidando de las rosas, que eran como sus hijos. Por eso fue terrible para ella ver que, en vez de regar las jóvenes plantas cada 14 días, los agricultores de Lalehzar lo hicieron una única vez en todo el verano. Pero entonces ocurrió un milagro. A pesar de todo, las rosas crecieron, siguieron verdes y florecieron en abundancia. Los agricultores quedaron tan impresionados, que empezaron a creer en el cultivo de la rosa porque se dieron cuenta de que, con poco trabajo y una cantidad mínima de agua, rendía mucho más que el trigo o las patatas, o incluso más que el opio, que durante mucho tiempo cultivaron ilegalmente para mejorar sus magros ingresos. «Al final, mi paso por la cárcel tuvo una consecuencia muy positiva», dice Homayoun Sanati con una sonrisa pícara. Resistió la cárcel siguiendo la enseñanza de su abuelo: «no temas al miedo». Compuso incluso cientos de versos sobre la rosa mientras estuvo en la celda incomunicada, que se aprendió de memoria y vertió al papel cuando por fin recuperó su libertad. «Nuestros problemas son nuestros mayores tesoros», añade.

 

Más información:

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Die Anfänge

Das Gurren der Tauben erfüllt den Innenhof des ockerfarbenen Backsteinhauses, das Großvater Sanati in Kerman bauen ließ. Heute ist es Sitz der Zahra Rosewater Company und Wohnsitz von Homayoun Sanati. Die Gemäuer halten das Getöse des heute zur Millionen-Stadt angewachsenen Kermans ab und sind ein guter Ort, um über die Anfänge von Zahra nachzudenken.

 

Nachdem Homayoun Sanati und seine Frau beschlossen hatten, in Lalehzar Rosen anzubauen, besorgten sie Stecklinge der Damaszener Rose aus der traditionellen iranischen Rosenregion Kashan in der Provinz Isfahan. Die ersten Versuche waren überwältigend. Nach eineinhalb Jahren lieferten die buschig gewachsenen Rosenstöcke Blüten, deren Ölgehalt um 50 Prozent höher lag als bei Rosen, die in Kashan wuchsen. Die Sanatis legten daraufhin ein 20 Hektar großes Rosenfeld an, obwohl die Bauern der Region dieser neuen Kultur sehr verschlossen gegenüber standen. Dann kam die iranische Revolution. Als Khomeini die Macht übernahm, wurde Homayoun Sanati festgenommen. Man warf ihm vor, ein CIA-Agent zu sein, weil er für den US-amerikanischen Franklin-Verlag arbeitete. Seine Aufgabe dort bestand allerdings lediglich darin, englischsprachige Belletristik und Lehrbücher in Farsi zu übersetzen und herauszugeben, der im Iran gesprochenen Sprache. Doch selbst die Tatsache, dass er 1500 Bücher verlegt habe, sei bereits ein Frevel dem Islam gegenüber, weil er damit die islamische Kultur mit amerikanischem Gedankengut unterlaufen habe. Nach acht Monaten Einzelhaft in einer feuchten Zelle ohne Licht musste er noch weitere fünf Jahre im Gefängnis verbringen. 1983 wurde er entlassen. In der Zwischenzeit musste sich seine Frau alleine um die Rosen kümmern, die wie Kinder für sie waren. Umso schrecklicher war es für sie, mit ansehen zu müssen, dass die Bauern in Lalehzar die jungen Stecklinge nicht mehr alle 14 Tage, sondern nur noch einmal im gesamten Sommer wässerten. Doch dann geschah das Wunder. Die Rosen wuchsen dennoch an, waren grün und blühten üppig. Die Bauern waren dadurch so beeindruckt, dass sie ab da an die Rosenkultur glaubten, denn sie sahen, dass sie bei geringem Arbeitseinsatz und minimalem Wassereinsatz sehr viel mehr Ertrag bringt als Weizen oder Kartoffeln und sogar mehr als Opium, das sie lange Zeit zur Aufbesserung ihres spärlichen Einkommens illegal anbauten. „Meine Zeit im Gefängnis hat also etwas sehr Positives bewirkt“, meint Homayoun Sanati mit seinem lausbübischen Lachen. Mit dem Motto „Habe keine Angst vor der Angst“, das ihm sein Großvater beigebracht hat, konnte er die Zeit im Gefängnis überstehen, er dichtete in der Einzelhaft sogar hunderte von Versen über die Rose, die er sich alle im Kopf merkte und erst zurück in der Freiheit zu Papier brachte. „Unsere Probleme sind unsere größten Schätze“, ergänzt er.

 

Weitere Informationen:

www.zahrarosewaterco.com

 

 

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